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Mi parte de Beny

En la vida parece ser que hay días que marcan para siempre el destino de uno, ocasiones mágicas en que voluntaria o involuntariamente te sales del guión, exploras nuevos terrenos, nuevas compañías, en los que rompes con la rutina. Mi amistad con Beny comenzó en un día de esos: una noche de abril de 2005, viernes. Por diversas razones, cuya exposición no considero oportuna ahora, me había dejado llevar por un grupo de unos diez 'erasmus', a los que también conocí aquella noche, a un garito del centro de Madrid (Warhol's), también nuevo para mí. Un par de copas, música ligera y el agradable intercambio cultural con mis exóticos acompañantes absorbieron mi atención hasta que uno de ellos, austriaco, y su supuesta y bonita novia hicieron ademán de retirarse. Eran ya las cinco de la mañana y, al parecer, tenían una fiesta al día siguiente y querían reservar fuerzas. Finalmente se iban todos, pero yo decidí quedarme allí, para apurar aquella (en lo personal) extraordinaria noche.

Melodía azul

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Retomo aquella canción, esta vez desde el principio; "...hoy es el comienzo del final...". Así de bien sonaba mi cabecita anoche, sentado en un solitario banco de la estación de metro de Cuatroka. Acababa de pasar el último tren hacia Sol: sólo pude ver su luz penetrando en la nada. Estaba cómodo allí. Me había dado por sentarme a lo Buda, en paralelo a la pared y mirando hacia el oscuro túnel por donde en cinco minutos asomaría el próximo tren. Empezaba a llegar gente al andén cuando apareció una chica vestida de negro y con chaqueta azul. "Azul", repetí, "ahora sólo puedo pedir que vengas hasta aquí", y empecé a acompañar la canción con mis dedos, el metal del banco y sus pasos. La chica atravesó el andén y, de entre toda la larga fila de bancos, eligió el mío. Sentada frente a mí pude observarla mejor. Tenía unos ojos y un pelo preciosos. Era muy guapa. La espera se hizo corta. La canción se acabó. Nos metimos juntos en el mismo vagón y tomamos rumbo al

Retorno

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Mulier homini lupus

¿Cuán rencorosa alcanza a ser una mujer orgullosa? En esta noche tan apocalíptica me apetece hacer mi pequeño homenaje al anecdótico día de los seises poniéndome un poco bestia, que es lo propio, y no rezando ni tratando de arreglar el mundo, ni suplicando perdón al cielo ni similares pamplinas de beatas. Pues bien. Creo haber encontrado la verdadera naturaleza del tan mentado "anticristo", por lo menos en lo que al día a día nos afecta, en esa afortunadamente poco común (por esto sí que rezo) clase de mujer que, víctima de la más leve afrenta varonil, no responde a disculpas y torna en rencor lo que antes aparentaba ser devoción y respeto, y no era más que un lujurioso encaprichamiento envuelto, eso sí, de falso respeto, de falsa admiración: de anhelante envidia en definitiva. Como el buscabroncas que espera el más mínimo gesto de su estúpida víctima para desatar toda su ira, este peculiar anticristo fémino y sofisticado no entiende de palabras y paga su propia carencia esti

Remedio casero

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"A la gente mala hay que sacudírsela" Ángela Murillo

Mi pensamiento y yo

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El día ha terminado. Sobre mi cabeza la antorcha se consume, rodeada de tinieblas. Todo está tranquilo. Sólo hay dos personas en la celda: mi pensamiento y yo. Guillaume Apollinaire (Fragmento de "Caligramas", 1918)

Roll up!

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Así de rebosante se muestra esta mañana la trasera de mi casa en Cuatro Caminos. En la escena reina un solemne silencio roto esporádicamente y sin estrépito por la puesta en marcha de los propios vehículos. Ahí duermen, vacíos, mientras miles de madrileños los esperan en cientos de paradas dispersadas por toda la ciudad. ¡Son ya las doce de la mañana! ¡Despertad!

Genio

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"El artista romántico con su obra conduce al espectador hasta el paraíso o también hasta el infierno y, a cambio, recibe incomprensión y rechazo".

Astrid

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Sonriente recibes al extraño que entra en tu hogar y, generosa, alivias su paladar reseco, Sieglinde. Tus ojos brillan incontroladamente, tu cuerpo se estremece. Poco más puedo apreciar de ti en la distancia. El resto del espacio entre nosotros lo ocupa tu voz; diva inmensa, ¿quién te enseñó el lenguaje de los dioses? Todo lo que sale de tu corazón me agrada y me conmueve por dentro; mi voluntad se reanima y vence el pesado sueño que me acecha. Y, en este estado de semiconsciencia, te sigo contemplando embelesado, musa ansiada. Ahí, en el lejano escenario y, sin embargo, tan cerca que noto cómo me cantas al oído: "Tú eres la primavera que yo anhelaba en el helado tiempo invernal". Cae el telón y, con él, la magia. Ya no me hablas al oído, Astrid, ya no te brillan los ojos cuando me miras. Pero sé que sigue ahí la voz que me ha devuelto a la vida.

Infelice Euridice

Orfeo vinse l'Inferno e vinto poi fù da gli affetti suoi. Degno d'eterna gloria fia sol colui ch'avrà di sè vittoria. (Claudio Monteverdi)

Frío

Un interminable pitido desintegra repentinamente ese silencio senil que caracteriza al Metro de Madrid por la noche. Relajante para unos, estresante para otros... Ensordecedor. No hay nadie en la estación. El tren para y del segundo vagón desciende un hombre de unos cuarenta años, alto, pelo moreno y corto. Viste un traje oscuro y sostiene en su brazo izquierdo una gabardina de color claro. Nadie más se apea de aquel tren, porque nadie más, a excepción del conductor, viaja en él. El hombre comienza a caminar hacia la salida; mientras se pone la gabardina, observa cómo se cierran las puertas del tren. Un breve chasquido y el metro se va claqueteando rumbo a la siguiente estación. De pronto la danza torna en bulería cuando una chica irrumpe rápidamente en la estación. "¡Me cago en la puta!", exclama. Mira con enfado al hombre, que en ese momento se cruza con ella y comienza a subir la escalera que lleva a la calle. "¡20 minutos!", musita la joven, airada. Y de nuevo a