La sombra del genio

Comienzo lento a cargo de violonchelos y contrabajos. Los violines cobran vida... De pronto, irrumpen el oboe y el clarinete con una preciosa melodía...

¿Cómo sería el universo de la música clásica si a la Sinfonía Nº 9 de Beethoven le faltasen los dos movimientos finales? No cabe duda de que ese vasto espacio que ocupa el noble arte de la composición musical carecería de una de sus estrellas más grandes y luminosas, si no la más. Sería una sinfonía “inacabada”, cuyo colosal desenlace se habría perdido para siempre en la oscuridad del eterno sueño del maestro de Bonn.


Beethoven tardó casi seis años en componer la Novena, desde 1818 hasta el 7 de mayo de 1824, cuando se produjo su estreno en el Kärntnertortheater de Viena. Seguramente, aprovechó hasta el último momento para apuntalar los cimientos del coloso que iba a materializarse aquel día a través de esa mágica batuta, esos valiosos instrumentos y esas gargantas bendecidas por el destino.

Aquella misma noche, un joven compositor vienés de 27 años, ante tan inimaginable e insuperable despliegue musical, pudo tomar una drástica decisión que quizá cambió su futuro y el de la música. El joven, que no es otro que Franz Schubert, había comenzado a trabajar en su ya Sinfonía Nº 7 (la Nº 8 en la numeración antigua) dos años antes, pero ésta quedaría inconclusa, puesto que, al empezar a componer el scherzo, el autor decidió abandonarla. Quizá Schubert acudió al Kärntnertortheater con las primeras notas del tercer movimiento bajo su casaca, un prometedor boceto que, lamentablemente, pudo acabar aquella misma noche en la basura.


Probablemente Schubert, fascinado y deslumbrado por el brutal concierto que acababa de presenciar, consciente del vertiginoso acelerón que suponía la novedosa propuesta de Beethoven, rabioso quizá por creer, equivocadamente, que su obra en ciernes era ampliamente superada por un cincuentón que a duras penas podía percibir la maravilla que había creado, decidió abandonar esa partitura para siempre y comenzar a trabajar en la que sería su Sinfonía Nº 8, la Grande, una obra que debería estar necesariamente a la altura de lo visto aquella noche, y no en su sombra.

Pero, ¿realmente no estaban a la altura esos dos movimientos? Lo cierto es que el manuscrito de la Sinfonía Nº 7 acabó en un cajón, hasta que, unos cuarenta años después, volvió a ver la luz y la obra fue estrenada, pese a estar incompleta. Schubert no pudo verlo: había muerto con 31 años, cuatro años después de aquella mágica noche vienesa en la que la música cambió de rumbo para siempre. ¿Qué habría dado de sí el genio de un compositor capaz de interrumpir, quién sabe si postergar, una obra con dos movimientos tan sublimes, a la altura, qué duda cabe, de los dos primeros de la mismísima Novena de Beethoven?


Casi doscientos años después, la Orquesta Nacional concluye el primer movimiento de la Sinfonía Nº 7 en si menorInacabada, en el Auditorio Nacional de Madrid. Hay un leve murmullo: el público se vuelve a sorprender, una vez más, por la peculiaridad de una obra realmente única, verdaderamente romántica. Pero la obra sugiere al espectador otro tipo de reflexión, y no sólo respecto a cómo la habría continuado Schubert y el porqué del abandono, sino, más allá de su autor y de la excelente factura de la obra, sobre la dedicación y el trabajo como verdaderas vías de expresión y eclosión creativa del artista inmortal: el genio comprometido con su obra, capaz de trascender, pero consciente de que vive pegado a la tierra y acotado por un espacio y un tiempo muy limitados.

En definitiva, la Inacabada de Schubert sugiere un enorme mensaje revelador a toda aquella gente con talento que pasa por la vida sin dejar huella, sin florecer, o que abandona cuando más cerca está del instante inefable. Salvo muy contadas excepciones, como la de Schubert, las obras incompletas no trascienden. Lo que queda por hacer, y queda mucho, puede que no vea jamás la luz si no se pone todo el empeño posible en ello. Y, por supuesto, lo que nos queda por ver, escuchar y disfrutar a los espectadores.

Concluye el segundo movimiento. Aplausos.


(La Orquesta Nacional volverá a interpretar las Sinfonías Nº 7 y Nº 8 de Schubert hoy a las 19:30 y mañana a las 11:30 en el Auditorio Nacional de Madrid: www.auditorionacional.mcu.es)


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