De putas

Este lunes (de puente), cuando volvía a casa de mis padres, en Logroño, después de salir, me encontré con Mateo, un antiguo compañero de clase. Eran más de las seis de la mañana. Había sido una larga y divertida noche.

Mateo iba acompañado por una cuadrilla de amigos de su pueblo, algo mayores ya. Caminaban hacia mi casa, me mezclé con ellos y empezamos a hablar de mil cosas y a reírnos de todo. A medio camino, Luis, uno de los chicos, con mirada nerviosa, me dijo que iban a casa de "una chica", y que fuese con ellos. Me pareció bien, siempre que no me desviasen mucho de mi camita.

No habíamos andado mucho cuando paramos en un portal y alguien llamó al portero automático. Tras identificarse como vecinos del pueblo del que habían venido, la puerta se abrió. Subimos sólo un piso, entre constantes reclamos de silencio por parte de alguno de los chicos. Comencé a sentir una excitación extraña en mis compañeros de visita, así que pregunté a Mateo a dónde íbamos. Él, también nervioso, dijo que subiese y lo viera.

Éramos seis ante la puerta del domicilio. Una mujer mayor abrió y dejó pasar a tres. Entonces pensé que podría ser una casa de putas. Mateo estaba fuera conmigo; volvió a llamar y le pidió a la señora que nos dejase pasar y esperar dentro. Así fue. Al entrar pude ver en el interior de un cuarto iluminado a tres o cuatro sonrientes chicas tumbadas en literas. En el cuarto contíguo esperaban los tres primeros "valientes", sentados en el borde de una cama. Allí nos volvimos a juntar todos. Uno se sentó en una silla, Mateo se quedó depié, y yo me recosté en la cama.

La puerta se cerró. Silencio. Se volvió a abrir y apareció una chica en ropa interior, muy guapa, de no más de 30 años. Dijo su nombre, sonrió y salió del cuarto. Lo mismo se repitió otras dos veces. La tercera chica me pareció la más guapa y la más joven: poco más de 20. Acabadas las presentaciones volvió a entrar la madame. Teníamos que elegir. Luis, el chico de la mirada nerviosa, se dio la vuelta y me preguntó cómo era la primera chica. No respondí. Mateo preguntó el precio: 35 euros por 15 minutos, 45 por 20. Luis me cedió su plaza entre los tres primeros agraciados , y yo se la devolví. Nos quedamos allí la mitad del grupo. Como no había mucho más que ver y, antes de quedarme dormido en aquella cama, me levanté, me despedí de los dos chicos que quedaban, salí del cuarto, saludé a la madame y me marché de aquella casa.

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